En las orillas del vuelo,
naufragios de camalotes
observan, en los juncales,
enjambres de caracoles.
Algunas flautas, perdidas
en lo agudo de sus torres,
sostienen, por espinillos,
un ramillete de voces.
Tras las totoras descalzas,
negras pupilas de noche
acechan, desde el silencio,
sombras de duendes sin nombre.
Los gurisitos del río,
bajo un enjambre de soles,
desalojan en la arena
hebras de caparazones.
Bostezos de siesta ardida
encienden trece faroles,
para quebrantar asombros
en los dedos pescadores.
El agua presagia esperas
en los señuelos del hombre
que espinelea, paciente,
blandas escamas de azogue.
Cuando los dientes del hambre
muerdan la carne salobre,
el río irá reflejando
un cielo de caracoles.
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